héctor larrea: "es muy lindo ser viejo"
A los 74 años, en plena actividad, y a más de medio siglo de su romance con la radio, el conductor habla de la tristeza en su infancia, del trabajo y de Ely, su gran amor. Peronismo y medios.Por: Denise Tempone – Fotos: Gustavo Pascaner
Desde la muerte de Emilio, en esa humilde casa de Bragado no volaba una mosca. El silencio era sepulcral; la alegría, un tabú. Tanta angustia era difícil de expresar, sobre todo para el pequeño Héctor, que a sus tan sólo 9 años intentaba entender el accidente cardiovascular que había arrojado de la noche a la mañana a su padre a una hemiplejia y que lo tenía atado a una silla de ruedas, esperando el final. Desde que ese final tan anunciado se había concretado, lidiar con el silencio era casi tan difícil como vivir con el dolor de lo inexpresable. Pero tanto aturdía ese silencio que un día, después de tres meses de lúgubre atmósfera hogareña, desde la boca del estomago, desde las entrañas, Héctor se atrevió a preguntar: "Mamá, ¿podemos prender la radio?". "Sí", fue la respuesta. Héctor se acercó, giró la perilla y volvió a la vida. El alivio fue instantáneo, abrupto, casi tan mágico como la tímida sonrisa que se dibujó en la cara de Felisa. Esa sonrisa –en conexión con el reestreno del barullo radial– fue un verdadero bálsamo para la siempre sangrante herida de Héctor.
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Desde la muerte de Emilio, en esa humilde casa de Bragado no volaba una mosca. El silencio era sepulcral; la alegría, un tabú. Tanta angustia era difícil de expresar, sobre todo para el pequeño Héctor, que a sus tan sólo 9 años intentaba entender el accidente cardiovascular que había arrojado de la noche a la mañana a su padre a una hemiplejia y que lo tenía atado a una silla de ruedas, esperando el final. Desde que ese final tan anunciado se había concretado, lidiar con el silencio era casi tan difícil como vivir con el dolor de lo inexpresable. Pero tanto aturdía ese silencio que un día, después de tres meses de lúgubre atmósfera hogareña, desde la boca del estomago, desde las entrañas, Héctor se atrevió a preguntar: "Mamá, ¿podemos prender la radio?". "Sí", fue la respuesta. Héctor se acercó, giró la perilla y volvió a la vida. El alivio fue instantáneo, abrupto, casi tan mágico como la tímida sonrisa que se dibujó en la cara de Felisa. Esa sonrisa –en conexión con el reestreno del barullo radial– fue un verdadero bálsamo para la siempre sangrante herida de Héctor.
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